“Considerate la vostra semenza: fatti non foste a viver como bruti, ma per
seguir virtute e conoscenza”.
No olvidéis vuestra estirpe y nacimiento:
para vivir cual bestias no se os hizo, sino para alcanzar virtud y conocimiento.
Dante, Comedia, Infierno Canto XXVI
LA DIVINA COMEDIA (DANTE ALIGHIERI)
JORGE LUIS BORGES
Paul
Claudel ha escrito en una página indigna de Paul Claudel que los espectáculos
que nos aguardan más allá de la muerte corporal no se parecerán, sin duda, a
los que muestra Dante en el Infierno, en el Purgatorio y en el Paraíso. Esta
curiosa observación de Claudel, en un artículo por lo demás admirable, puede
ser comentada de dos modos.
En primer término, vemos en esta observación una prueba de la intensidad del texto de Dante, el hecho de que una vez leído el poema y mientras lo leemos tendemos a pensar que él se imaginaba el otro mundo exactamente como lo presenta. Fatalmente creemos que Dante se imaginaba que una vez muerto, se encontraría con la montaña inversa del Infierno o con las terrazas del Purgatorio o con los cielos concéntricos del Paraíso. Además, hablaría con sombras (sombras de la Antigüedad clásica) y algunas conversarían con él en tercetos en italiano.
Ello es evidentemente absurdo. La observación de Claudel corresponde no a lo que razonan los lectores (porque razonándola se darían cuenta de que es absurda) sino a lo que sienten y a lo que puede alejarlos del placer, del intenso placer de la lectura de la obra.
Para refutarla, abundan testimonios. Uno es la declaración que se atribuye al hijo de Dante. Dijo que su padre se había propuesto mostrar la vida de los pecadores bajo la imagen del Infierno, la vida de los penitentes bajo la imagen del Purgatorio y la vida de los justos bajo la imagen del Paraíso. No leyó de un modo literal. Tenemos además, el testimonio de Dante en la epístola dedicada a Can Grande della Scala.
En primer término, vemos en esta observación una prueba de la intensidad del texto de Dante, el hecho de que una vez leído el poema y mientras lo leemos tendemos a pensar que él se imaginaba el otro mundo exactamente como lo presenta. Fatalmente creemos que Dante se imaginaba que una vez muerto, se encontraría con la montaña inversa del Infierno o con las terrazas del Purgatorio o con los cielos concéntricos del Paraíso. Además, hablaría con sombras (sombras de la Antigüedad clásica) y algunas conversarían con él en tercetos en italiano.
Ello es evidentemente absurdo. La observación de Claudel corresponde no a lo que razonan los lectores (porque razonándola se darían cuenta de que es absurda) sino a lo que sienten y a lo que puede alejarlos del placer, del intenso placer de la lectura de la obra.
Para refutarla, abundan testimonios. Uno es la declaración que se atribuye al hijo de Dante. Dijo que su padre se había propuesto mostrar la vida de los pecadores bajo la imagen del Infierno, la vida de los penitentes bajo la imagen del Purgatorio y la vida de los justos bajo la imagen del Paraíso. No leyó de un modo literal. Tenemos además, el testimonio de Dante en la epístola dedicada a Can Grande della Scala.
La
epístola ha sido considerada apócrifa, pero de cualquier modo no puede ser muy
posterior a Dante y, sea lo que fuere, es fidedigna de su época. En ella se
afirma que la Comedia puede ser leída de cuatro modos. De esos cuatro modos,
uno es el literal; otro, el alegórico. Según éste, Dante sería el símbolo del
hombre, Beatriz el de la fe y Virgilio el de la razón. La idea de un texto
capaz de múltiples lecturas es característica de la Edad Media, esa Edad Media
tan calumniada y compleja que nos ha dado la arquitectura gótica, las sagas de
Islandia y la filosofía escolástica en la que todo está discutido. Que nos dio,
sobre todo, la Comedia, que seguimos leyendo y que nos sigue asombrando, que
durará más allá de nuestra vida, mucho más allá de nuestras vigilias y que será
enriquecida por cada generación de lectores.
Conviene recordar aquí a Escoto Erígena, que dijo que
la Escritura es un texto que encierra infinitos sentidos y que puede ser
comparado con el plumaje tornasolado del pavo real.
Los cabalistas hebreos sostuvieron que la Escritura ha
sido escrita para cada uno de los fieles; lo cual no es increíble si pensamos
que el autor del texto y el autor de los lectores es el mismo: Dios. Dante no
tuvo por qué suponer que lo que él nos muestra corresponde a una imagen real
del mundo de la muerte. No hay tal cosa. Dante no pudo pensar eso.
Creo,
sin embargo, en la conveniencia de ese concepto ingenuo, ese concepto de que
estamos leyendo un relato verídico. Sirve para que nos dejemos llevar por la
lectura. De mí sé decir que soy lector hedónico; nunca he leído un libro porque
fuera antiguo. He leído libros por la emoción estética
que me deparan y he postergado los comentarios y las críticas.
Cuando leí por primera vez la Comedia, me dejé llevar por la lectura. He leído
la Comedia como he leído otros libros menos famosos. Quiero confiarles, ya que
estamos entre amigos, y ya que no estoy hablando con todos ustedes sino con
cada uno de ustedes, la historia de mi comercio personal con la Comedia. Todo
empezó poco antes de la dictadura. Yo estaba empleado en una biblioteca del
barrio de Almagro. Vivía en Las Heras y Pueyrredón, tenía que recorrer en
lentos y solitarios tranvías el largo trecho que desde ese barrio del Norte va
hasta Almagro Sur, a una biblioteca situada en la Avenida La Plata y Carlos
Calvo. El azar (salvo que no hay azar, salvo que lo que llamamos azar es
nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad) me hizo
encontrar tres pequeños volúmenes en la Librería Mitchell, hoy desaparecida,
que me trae tantos recuerdos. Esos tres volúmenes (yo debería haber traído uno
como talismán, ahora) eran los tomos del Infierno, del Purgatorio y del
Paraíso, vertidos al inglés por Carlyle, no por Thomas Carlyle, del que hablaré
luego. Eran libros muy cómodos, editados por Dent. Cabían en mi bolsillo. En una
página estaba el texto italiano y en la otra el texto en inglés, vertido
literalmente. Imaginé este modus operandi: leía primero un versículo, un
terceto, en prosa inglesa; luego leía el mismo versículo, el mismo terceto, en
italiano; iba siguiendo así hasta llegar al fin del canto. Luego leía todo el
canto en inglés y luego en italiano. En esa primera lectura comprendí que las
traducciones no pueden ser un sucedáneo del texto original. La traducción puede
ser, en todo caso, un medio y un estímulo para acercar al lector al original;
sobre todo, en el caso del español. Creo que Cervantes, en alguna parte del
Quijote, dice que con dos ochavos de lengua toscana uno puede entender a
Ariosto.
Pues bien; esos dos ochavos de lengua toscana me
fueron dados por la semejanza fraterna del italiano y el español. Ya entonces
observé que los versos, sobre todo los grandes versos de Dante, son mucho más
de lo que significan. El verso es, entre tantas otras cosas, una entonación,
una acentuación muchas veces intraducible. Eso lo observé desde el principio.
Cuando llegué a la cumbre del Paraíso, cuando llegué al Paraíso desierto, ahí,
en aquel momento en que Dante está abandonado por Virgilio y se encuentra solo
y lo llama, en aquel momento sentí que podía leer directamente el texto
italiano y sólo mirar de vez en cuando el texto inglés. Leí así los tres
volúmenes en esos lentos viajes de tranvía. Después leí otras ediciones.
He leído muchas veces la Comedia. La verdad es que no
sé italiano, no sé otro italiano que el que me enseñó Dante y que el que me
enseñó, después, Ariosto cuando leí el Furioso. Y luego el más fácil, desde
luego, de Croce. He leído casi todos los libros de Croce y no siempre estoy de
acuerdo con él, pero siento su encanto. El encanto es, como dijo Stevenson, una
de las cualidades esenciales que debe tener el escritor. Sin el encanto, lo
demás es inútil. Leí muchas veces la
Comedia,
en distintas ediciones, y pude gozar de los comentrios. De todas
ellas, dos me reservo particularmente: la de Momigliano y la de Grabher.
Recuerdo también la de Hugo Steiner.
Leía todas las ediciones que encontraba y me distraía
con los distintos comentarios, las distintas interpretaciones de
esa obra múltiple. Comprobé que en las ediciones más antiguas predomina
el comentario teológico; en las del siglo diecinueve, el
histórico, y actualmente el estético, que nos hace notar la acentuación de cada
verso, una de las máximas virtudes de Dante.
Se ha comparado a Milton con Dante, pero Milton tiene
una sola música: es lo que se llama en inglés «un estilo sublime». Esa música
es siempre la misma, más allá de las emociones de los personajes.
En cambio en Dante, como en Shakespeare, la música va siguiendo las emociones.
La entonación y la acentuación son lo principal, cada frase debe ser leída y es
leída en voz alta. Digo es leída en voz alta porque cuando leemos versos
que son realmente admirables, realmente buenos, tendemos a hacerlo en voz alta.
Un verso bueno no permite que se lo lea en voz baja, o en silencio. Si podemos
hacerlo, no es un verso válido: el verso exige la pronunciación. El verso
siempre recuerda que fue un arte oral antes de ser un arte escrito, recuerda
que fue un canto.
Hay dos
frases que lo confirman. Una es la de Homero o la de los griegos que llamamos
Homero, que dice en la Odisea: «los dioses tejen desventuras para los hombres
para que las generaciones venideras tengan algo que cantar». La otra, muy
posterior, es de Mallarmé y repite lo que dijo Homero menos bellamente; «tout
aboutit en un livre» «todo para en un libro». Aquí tenemos las dos diferencias;
los griegos hablan de generaciones que cantan, Mallarmé habla de un objeto, de
una cosa entre las cosas, un libro. Pero la idea es la misma, la idea de que
nosotros estamos hechos para el arte, estamos hechos para la memoria, estamos
hechos para la poesía o posiblemente estamos hechos para el olvido. Pero algo
queda y ese algo es la historia o la poesía, que no son esencialmente
distintas. Carlyle y otros críticos han observado que la intensidad es la
característica más notable de Dante. Y si pensamos en los cien cantos del poema
parece realmente un milagro que esa intensidad no decaiga, salvo en algunos
lugares del Paraíso que para el poeta fueron luz y para nosotros sombra. No
recuerdo ejemplo análogo de otro escritor, únicamente quizá en la tragedia de
Macbeth de Shakespeare, que empieza con las tres brujas o las tres parcas o las
tres hermanas fatales y que luego sigue hasta la muerte del héroe y en ningún
momento afloja la intensidad.
Quiero recordar otro rasgo: la delicadeza de Dante.
Siempre pensamos en el sombrío y sentencioso poema florentino y olvidamos que
la obra está llena de delicias, de deleites, de ternuras. Esas ternuras son
parte de la trama
de la obra. Por ejemplo, Dante habrá leído en algún libro de geometría que el
cubo es el más firme de los volúmenes. Es una observación corriente que no
tiene nada de poética y sin embargo Dante la usa como una metáfora del hombre
que debe soportar la desventura: «buon tragono a i colpe di fortuna»; el hombre
es un buen tetrágono, un cubo, y eso es realmente raro.
Recuerdo asimismo la curiosa metáfora de la flecha.
Dante quiere hacernos sentir la velocidad de la flecha que deja el arco y da en
el blanco. Nos dice que se clava en el blanco y que sale del arco y que deja la
cuerda; invierte el principio y el fin para mostrar cuán rápidamente ocurren
esas cosas.
Hay un verso que está siempre en mi memoria. Es aquel
del primer canto del Purgatorio que se refiere a esa mañana, esa mañana
increíble en la montaña del Purgatorio, en el Polo Sur. Dante, que ha salido de
la suciedad, de la tristeza y el horror del Infierno, dice «dolce color
d\’oriental zaffiro». El verso impone esa lentitud a la voz. Hay que decir
oriental:
dolce color d\’oriental zaffiro
che s\’accoglieva nel sereno
aspetto
del mezzo puro infino al primo
giro.
Quisiera
demorarme sobre el curioso mecanismo de ese verso, salvo que la palabra
«mecanismo» es demasiado dura para lo que quiero decir. Dante describe el cielo
oriental, describe la aurora y compara el color de la aurora con el del zafiro.
Y lo compara con un zafiro que se llama «zafiro oriental», zafiro del Oriente.
En dolce color d\’oriental zafiro hay un juego de espejos, ya que el Oriente se
explica por el color del zafiro y ese zafiro es un «zafiro oriental». Es decir,
un zafiro que está cargado de la riqueza de la palabra «oriental»; está lleno,
digamos, de Las mil y una noches que Dante no conoció pero que sin embargo ahí
están.
Recordaré también el famoso verso final del canto quinto
del Infierno: «e caddi come corpo morto cade». ¿Por qué retumba la caída? La
caída retumba por la repetición de la palabra «cae». Toda la Comedia
está llena de felicidades de ese tipo. Pero lo que la mantiene es el hecho de
ser narrativa. Cuando yo era joven se despreciaba lo narrativo, se lo llamaba
anécdota y se olvidaba que la poesía empezó siendo narrativa, que en las raíces
de la poesía está la épica y la épica es el género poético primordial,
narrativo. En la épica está el tiempo, en la épica hay un antes, un mientras y
un después; todo eso está en la poesía.
Yo aconsejaría al lector el olvido de las discordias
de los güelfos y gibelinos, el olvido de la escolástica, incluso el olvido de
las alusiones mitológicas y de los versos de Virgilio que Dante repite, a veces
mejorándolos, excelentes como son en latín. Conviene, por lo menos al
principio, atenerse al relato. Creo que nadie puede dejar de hacerlo.
Entramos,
pues, en el relato, y entramos de un modo casi mágico porque actualmente,
cuando se cuenta algo sobrenatural, se trata de un escritor incrédulo que se
dirige a lectores incrédulos y tiene que preparar lo sobrenatural. Dante no necesita eso: «Nel mezzo del cammin di nostra
vita / mi ritrovai per una selva oscura». Es decir, a los treinta y cinco años «me
encontré en mitad de una selva oscura» que puede ser alegórica, pero en la cual
creemos físicamente: a los treinta y cinco años, porque la Biblia aconseja la
edad de setenta a los hombres prudentes. Se entiende que después todo es yermo,
«bleak», como se llama en inglés, todo es ya tristeza, zozobra. De modo que,
cuando Dante escribe «nel mezzo del cammin di nostra vita», no ejerce una vaga
retórica: está diciéndonos exactamente la fecha de la visión, la de los treinta
y cinco años. No creo que Dante fuera un visionario. Una visión es breve. Es
imposible una visión tan larga como la de la Comedia. La visión fue voluntaria:
debemos abandonarnos a ella y leerla, con fe poética. Dijo Coleridge que la fe
poética es una voluntaria suspensión de la incredulidad. Si asistimos a una
representación de teatro sabemos que en el escenario hay hombres disfrazados
que repiten las palabras de Shakespeare, de Ibsen o de Pirandello que les han
puesto en la boca. Pero nosotros aceptamos que esos hombres no son disfrazados;
que ese hombre disfrazado que monologa lentamente en las antesalas de la
venganza es realmente el príncipe de Dinamarca, Hamlet; nos abandonamos. En el
cinematógrafo es aún más curioso el procedimiento, porque estamos viendo no ya
al disfrazado sino fotografías de disfrazados y sin embargo creemos en ellos
mientras dura la proyección.
En el caso de Dante, todo es tan vívido que llegamos a
suponer que creyó en su otro mundo, de igual modo como bien pudo creer en la
geografía geocéntrica o en la astronomía geocéntrica y no en otras astronomías.
Conocemos
profundamente a Dante por un hecho que fue señalado por Paul Groussac: porque
la Comedia está escrita en primera persona. No es un mero artificio gramatical,
no significa decir «vi» en lugar de «vieron» o de «fue». Significa algo más,
significa que Dante es uno de los personajes de la Comedia.
Según Groussac, fue un rasgo nuevo. Recordemos que, antes de Dante, San Agustín
escribió sus Confesiones. Pero estas confesiones, precisamente por su retórica
espléndida, no están tan cerca de nosotros como lo está Dante, ya que la
espléndida retórica del africano se interpone entre lo que quiere decir y lo
que nosotros oímos.
El hecho de una retórica que se interpone es
desgraciadamente frecuente. La retórica debería ser un puente, un camino; a
veces es una muralla, un obstáculo. Lo cual se observa en escritores tan
distintos como Séneca, Quevedo, Milton o Lugones. En todos ellos las palabras
se interponen entre ellos y nosotros.
A Dante lo conocemos de un modo más íntimo que sus
contemporáneos. Casi diría que lo conocemos como lo conoció Virgilio, que fue
un sueño suyo. Sin duda, más de lo que lo pudo conocer Beatriz Portinari; sin
duda, más que nadie. El se coloca ahí y está en el centro de la acción. Todas las
cosas no sólo son vistas por él, sino que él toma parte. Esa parte no siempre
está de acuerdo con lo que describe y es lo que suele olvidarse.
Vemos a Dante aterrado por el Infierno; tiene que
estar aterrado no porque fuera cobarde sino porque es necesario que esté
aterrado para que creamos en el Infierno. Dante está aterrado, siente miedo,
opina sobre las cosas. Sabemos lo que opina no por lo que dice sino por lo
poético, por la entonación, por la acentuación de su lenguaje.
Tenemos
el otro personaje. En verdad, en la Comedia hay tres, pero ahora hablaré del
segundo. Es Virgilio. Dante ha logrado que tengamos dos imágenes de Virgilio:
una, la imagen que nos deja la Eneida o que nas dejan las Geórgicas; la otra,
la imagen más íntima que nos deja la poesía, la piadosa poesía de Dante.
Uno de los temas de la literatura, como
uno de los temas de la realidad, es la amistad. Yo diría que la amistad es
nuestra pasión argentina. Hay muchas amistades en la literatura,
que está tejida de amistades. Podemos evocar algunas. ¿Por qué no pensar en
Quijote y Sancho, o en Alonso Quijano y Sancho, ya que para Sancho «Alonso
Quijano» es Alonso Quijano y sólo al fin llega a ser Don Quijote? ¿Por qué no
pensar en Fierro y Cruz, en nuestros dos gauchos que se pierden en la frontera?
¿Por qué no pensar en el viejo tropero y en Fabio Cáceres? La amistad es un
tema común, pero generalmente los escritores suelen recurrir al contraste de
los dos amigos. He olvidado otros dos amigos ilustres, Kim y el lama, que
también ofrecen el contraste. En el caso de Dante, el procedimiento es más
delicado. No es exactamente un contraste, aunque tenemos la actitud filial:
Dante viene a ser un hijo de Virgilio y al mismo tiempo es superior a Virgilio
porque se cree salvado. Cree que merecerá la gracia o que la ha merecido, ya
que le ha sido dada la visión. En cambio, desde el comienzo del Infierno sabe
que Virgilio es un alma perdida, un réprobo; cuando Virgilio le dice que no
podrá acompañarlo más allá del Purgatorio, siente que el latino será para
siempre un habitante del terrible «nobile
castello» donde están las grandes sombras de los grandes muertos de la
Antigüedad, los que por ignorancia invencible no alcanzaron la palabra de
Cristo. En ese mismo momento, Dante dice: «Tu, duca; tu, signore; tu, maestro»…
Para cubrir ese momento, Dante lo saluda con palabras magníficas y habla del
largo estudio y del gran amor que le han hecho buscar su volumen y siempre se
mantiene esa relación entre los dos. Esa figura esencialmente triste de
Virgilio, que se sabe condenado a habitar para siempre en el nobile castello
lleno de la ausencia de Dios… En cambio, a Dante le será permitido ver a Dios,
le será permitido comprender el universo.
Tenemos, pues, esos dos personajes. Luego
hay miles, centenares, una multitud de personajes de los que
se ha dicho que son episódicos. Yo diría que son eternos.
Una novela contemporánea requiere quinientas o
seiscientas páginas para hacernos conocer a alguien, si es que lo conocemos. A
Dante le basta un solo momento. En ese momento el personaje está definido para
siempre. Dante busca ese momento central inconscientemente. Yo he querido hacer
lo mismo en muchos cuentos y
he sido admirado por ese hallazgo, que es el hallazgo de Dante en la Edad
Media, el de presentar un momento como cifra de una vida. En Dante tenemos
esos personajes, cuya vida puede ser la de algunos tercetos y sin
embargo esa vida es eterna. Viven en una palabra, en un acto, no se precisa
más; son parte de un canto, pero esa parte es eterna. Siguen viviendo y
renovándose en la memoria y en la imaginación de los hombres.
Dijo Carlyle que hay dos características de Dante.
Desde luego hay más, pero dos son esenciales: la ternura y el rigor (salvo que
la ternura y el rigor no se contraponen, no son opuestos). Por un lado, está la ternura
humana de Dante, lo que Shakespeare llamaría «the milk of human kindness», «la
leche de la bondad humana». Por el otro lado está el saber que somos habitantes
de un mundo riguroso, que hay un orden. Ese orden corresponde al Otro, al
tercer interlocutor.
Recordemos dos ejemplos. Vamos a tomar el episodio más
conocido del Infierno, el del canto quinto, el de Paolo y Francesca. No
pretendo abreviar lo que Dante ha dicho -sería una irreverencia mía decir en
otras palabras lo que él ha dicho para siempre en su italiano-; quiero recordar
simplemente las circunstancias.
Dante y
Virgilio llegan al segundo círculo (si mal no recuerdo) y ahí ven el remolino
de almas y sienten el hedor del pecado, el hedor del castigo. Hay
circunstancias físicas desagradables. Por ejemplo Minos, que se enrosca la cola
para significar a qué círculo tienen que bajar los condenados. Eso es
deliberadamente feo porque se entiende que nada puede ser hermoso en el Infierno.
Al llegar a ese círculo en el que están penando los lujuriosos, hay grandes
nombres ilustres. Digo «grandes nombres» porque Dante, cuando empezó a escribir
el canto, no había llegado aún a la perfección de su arte, al hecho de hacer
que los personajes fueran algo más que sus nombres. Sin
embargo esto le sirvió para describir al nobile castello.
Vemos a los grandes poetas de la Antigüedad. Entre
ellos está Homero, espada en mano. Cambian palabras que no es honesto repetir.
Está bien el silencio, porque todo condice con ese terrible pudor de quienes
están condenados al Limbo, de quienes no verán nunca el rostro de Dios. Cuando
llegamos al canto quinto, Dante ha llegado a su gran descubrimiento: la
posibilidad de un diálogo entre las almas de los muertos y el Dante que los
sentirá y juzgará a su modo. No, no los juzgará: él sabe que no es el Juez, que
el Juez es el Otro, un tercer interlocutor, la Divinidad.
Pues
bien: ahí están Homero, Platón, otros grandes hombres ilustres. Pero Dante ve a
dos que él no conoce, menos ilustres, y que pertenecen al mundo contemporáneo:
Paolo y Francesca. Sabe cómo han muerto ambos adúlteros, los llama y ellos
acuden. Dante nos dice: «Quali colombe dal disio chiamate». Estamos ante dos
réprobos y Dante los compara con dos palomas llamadas por el deseo, porque la
sensualidad tiene que estar también en lo esencial de la escena. Se acercan a
él y Francesca, que es la única que habla (Paolo no puede hacerlo), le agradece
que los haya llamado y le dice estas palabras patéticas: «Se fosse amico il Re
dell\’universo / noi preghremmo lui per lu tua pace», «si fuese amigo el Rey
del universo (dice Rey del universo porque no puede decir Dios, ese nombre está
vedado en el Infierno y en el Purgatorio), le rogaríamos por tu paz», ya que tú
te apiadas de nuestros males.
Francesca cuenta su historia y la cuenta dos veces. La
primera la cuenta de un modo reservado, pero insiste en que ella sigue estando
enamorada de Paolo. El arrepentimiento está vedado en el Infierno; ella sabe
que ha pecado y sigue fiel a su pecado, lo que le da una grandeza heroica.
Sería terrible que se arrepintiera, que se quejara de lo ocurrido. Francesca
sabe que el castigo es justo, lo acepta y sigue amando a Paolo.
Dante
tiene una curiosidad. «Amor condusse noi ad una morte»: Paolo y Francesca han
sido asesinados juntos. A Dante no le interesa el adulterio, no le interesa el
modo como fueron descubiertos ni ajusticiados: le interesa algo más íntimo, y
es saber cómo supieron que estaban enamorados, cómo se enamoraron, cómo llegó
el tiempo de los dulces suspiros. Hace la pregunta.
Apartándome de lo que estoy diciendo, quiero recordar
una estrofa, quizá la mejor estrofa de Leopoldo Lugones, inspirada sin duda en
el canto quinto del Infierno. Es la primera cuarteta de Alma venturosa, uno de
los sonetos de Las horas doradas, de 1922:
Al promediar la tarde de aquel día,
Cuando iba mi habitual adiós a darte
Fue una vaga congoja de dejarte
Lo que me hizo saber que te quería.
Un poeta inferior hubiera dicho que el hombre siente
una gran tristeza al despedirse de la mujer, y hubiera dicho que se veían
raramente. En cambio, aquí, «cuando iba mi habitual adiós a darte» es un verso
torpe, pero eso no importa; porque decir «un habitual adiós» expresa que se
veían frecuentemente, y luego «fue una vaga congoja de dejarte / lo que me hizo
saber que te quería». El tema es esencialmente el mismo del canto quinto:
dos personas que descubren que están enamoradas y que no lo sabían. Es lo que
Dante quiere saber, y quiere que le cuente cómo ocurrió. Ella le refiere que
leían un día, para deleitarse, sobre Lancelote y cómo lo aquejaba el amor.
Estaban solos y no sospechaban nada. ¿Qué es lo que no sospechaban? No
sospechaban que estaban enamorados. Y estaban leyendo una historia
de La matiére de Bretagne, uno de esos libros que imaginaron los britanos en
Francia después de la invasión sajona. Esos libros que alimentaron la locura de
Alonso Quijano y que revelaron su amor culpable a Paolo y Francesca. Pues bien:
Francesca declara que a veces se ruborizaban, pero que hubo un momento, «quando
leggemmo il disiato riso», «cuando leímos la deseada sonrisa», en que fue
besada por tal amante; éste que no se separará nunca de mí, la boca me besó,
«tutto tremante». Hay algo que no dice Dante, que se siente a lo largo de todo
el episodio y que quizá le da su virtud. Con infinita piedad, Dante nos refiere
el destino de los dos amantes y sentimos que él envidia ese destino. Paolo y
Francesca están en el Infierno, él se salvará, pero ellos se han querido y él no
ha logrado el amor de la mujer que ama, de Beatriz. En esto hay una jactancia
también, y Dante tiene que sentirlo como algo terrible, porque él ya está
ausente de ella. En cambio, esos dos réprobos están juntos, no pueden hablarse,
giran en el negro remolino sin ninguna esperanza, ni siquiera nos dice Dante la
esperanza de que los sufrimientos cesen, pero están juntos. Cuando ella habla,
usa el nosotros: habla por los dos, otra forma de estar juntos. Están juntos
para la eternidad, comparten el Infierno y eso para Dante tiene que haber sido
una suerte de Paraíso. Sabemos que está muy emocionado. Luego cae como un
cuerpo muerto.
Cada uno
se define para siempre en un solo instante de su vida, un momento en el que un
hombre se encuentra para siempre consigo mismo. Se ha dicho que Dante es cruel
con Francesca, al condenarla. Pero esto es ignorar al Tercer Personaje. El
dictamen de Dios no siempre coincide con el sentimiento de Dante. Quienes no
comprenden la Comedia dicen que Dante la escribió para vengarse de sus enemigos
y premiar a sus amigos. Nada más falso. Nietzsche dijo falsísimamente que Dante
es la hiena que versifica entre las tumbas. La hiena que versifica es una
contradicción; por otra parte, Dante no se goza con el dolor. Sabe que hay
pecados imperdonables, capitales. Para cada uno elige una persona que ha
cometido ese pecado, pero que en todo lo demás puede ser admirable o adorable.
Francesca y Paolo sólo son lujuriosos. No tienen otro pecado, pero uno basta
para condenarlos.
La idea de Dios como indescifrable es un concepto que
ya encontramos en otro de los libros esenciales de la humanidad. En el Libro de
Job, ustedes recordarán cómo Job condena a Dios, cómo sus amigos lo justifican
y cómo al fin Dios habla desde el torbellino y rechaza por igual a quienes lo
justifican y a quienes lo acusan. Dios está más allá de todo juicio humano y para
ayudarnos a comprenderlo se sirve de dos ejemplos extraordinarios: el de la
ballena y el del elefante. Busca estos monstruos para significar que no son
menos monstruosos para nosotros que el Leviatán y el Behemoth (cuyo nombre es
plural y significa muchos animales en hebreo). Dios está más allá de todos los
juicios humanos y así lo declara El mismo en el Libro de Job. Y los hombres se
humillan ante él porque se han atrevido a juzgarlo, a justificarlo. No lo
precisa. Dios está, como diría Nietzsche, más allá del bien y del mal. Es otra
categoría.
Si Dante hubiera coincidido siempre con el Dios que
imagina, se vería que es un Dios falso, simplemente una réplica de Dante. En
cambio, Dante tiene que aceptar ese Dios, como tiene que aceptar que Beatriz no
lo haya querido, que Florencia es infame, como tendrá que aceptar su destierro
y su muerte en Ravena. Tiene que aceptar el mal del mundo al mismo tiempo que
tiene que adorar a ese Dios que no entiende.
Hay un
personaje que falta en la Comedia y que no podía estar porque hubiera sido
demasiado humano. Ese personaje es Jesús. No aparece en la Comedia como aparece
en los Evangelios: el humano Jesús de los Evangelios no puede ser la Segunda
Persona de la Trinidad que la Comedia exige.
Quiero llegar, por fin, al segundo episodio, que es
para mí el más alto de la Comedia. Se encuentra en el canto veintiséis. Es el
episodio de Ulises. Yo escribí una vez un artículo titulado «El enigma de
Ulises». Lo publiqué, lo perdí después y ahora voy a tratar de reconstruirlo.
Creo que es el más enigmático de los episodios de la Comedia y quizá el más
intenso, salvo que es muy difícil, tratándose de cumbres, saber cuál es la más
alta y la Comedia está hecha de cumbres. Si he elegido la Comedia
para esta primera conferencia es porque soy un hombre de letras y creo que el
ápice de la literatura y de las literaturas es la
Comedia. Eso no implica que coincida con su teología ni que esté de acuerdo con
sus mitologías. Tenemos la mitología cristiana y la pagana barajadas. No se
trata de eso. Se trata de que ningún libro me ha deparado emociones estéticas
tan intensas. Yo soy un lector hedónico, lo repito; busco emoción en
los libros. La Comedia es un libro que todos debemos leer. No hacerlo es
privarnos del mejor don que la literatura puede darnos, es
entregarnos a un extraño ascetismo. ¿Por qué negarnos la felicidad de leer la
Comedia? Además, no se trata de una lectura difícil. Es difícil lo que está
detrás de la lectura: las opiniones, las discusiones; pero el libro es en sí un libro
cristalino. Y está el personaje central, Dante, que es quizá el personaje más
vívido de la literatura y están los otros personajes.
Pero vuelvo al episodio de Ulises.
Llegan a una hoya, creo que es la octava, la de los
embaucadores. Hay, en principio, un apóstrofe contra Venecia, de la que se dice
que bate sus alas en el cielo y en la tierra y que su nombre se dilata en el
infierno. Después ven desde arriba los muchos fuegos y adentro de los fuegos,
de las llamas, las almas ocultas de los embaucadores: ocultas, porque
procedieron ocultando. Las llamas se mueven y Dante está por caerse. Lo
sostiene Virgilio, la palabra de Virgilio. Se habla de quienes están dentro de
esas llamas y Virgilio menciona dos altos nombres: el de Ulises y el de
Diomedes. Están ahí porque fraguaron juntos la estratagema del caballo de Troya
que permitió a los griegos entrar en la ciudad sitiada.
Ahí
están Ulises y Diomedes, y Dante quiere conocerlos. Le dice a Virgilio su deseo
de hablar con estas dos ilustres sombras antiguas, con esos claros y grandes
héroes antiguos. Virgilio aprueba su deseo pero le pide que lo deje hablar a
él, ya que se trata de dos griegos soberbios. Es mejor que Dante no hable. Esto
ha sido explicado de diversos modos. Torcuato Tasso creía que Virgilio quiso
hacerse pasar por Homero. La sospecha es del todo absurda e indigna de Virgilio
porque Virgilio cantó a Ulises y a Diomedes y si Dante los conoció fue porque
Virgilio se los hizo conocer. Podemos olvidar las hipótesis de que Dante
hubiera sido despreciado por ser descendiente de Eneas o por ser un bárbaro,
despreciable para los griegos. Virgilio, como Diomedes y Ulises, son un sueño
de Dante. Dante está soñándolos, pero los sueña con tal intensidad, de un modo
tan vívido, que puede pensar que esos sueños (que no tienen otra voz que la que
les da, que no tienen otra forma que la que él les presta) pueden despreciarlo,
a él que no es nadie, que no ha escrito aún su Comedia.
Dante ha entrado en el juego, como nosotros entramos:
Dante también está embaucado por la Comedia. Piensa: éstos son claros héroes de
la Antigüedad y yo no soy nadie, un pobre hombre. ¿Por qué van a hacer caso de
lo que yo les diga? Entonces Virgilio les pide que cuenten cómo murieron y
habla la voz del invisible Ulises. Ulises no tiene rostro, está dentro de la
llama. Aquí llegamos a lo prodigioso, a una leyenda creada por Dante, una
leyenda superior a cuanto encierran la Odisea y
la Eneida, o a cuanto encerrará ese otro libro en que aparece Ulises y que se
llama Sindibad del Mar (Simbad el Marino), de Las mil y una noches.
La leyenda le fue sugerida a Dante por varios hechos.
Tenemos, ante todo, la creencia de que la ciudad de Lisboa había sido fundada
por Ulises y la creencia en las Islas Bienaventuradas en el Atlántico. Los
celtas creían haber poblado el Atlántico de países fantásticos: por ejemplo,
una isla surcada por un río que cruza el firmamento y que está lleno de peces y
de naves que no se vuelcan sobre la tierra; por ejemplo, de una isla giratoria
de fuego; por ejemplo, de una isla en la que galgos de bronce persiguen a
ciervos de plata. De todo esto debe de haber tenido alguna noticia Dante; lo
importante es qué hizo con estas leyendas. Originó algo esencialmente noble.
Ulises deja a Penélope y llama a sus compañeros y les
dice que aunque son gente vieja y cansada, han atravesado con él miles de peligros;
les propone una empresa noble, la empresa de cruzar las Columnas de Hércules y
de cruzar el mar, de conocer el hemisferio austral, que, como se creía
entonces, era un hemisferio de agua; no se sabía que hubiera nadie allí. Les
dice que son hombres, que no son bestias; que han nacido para el coraje, para
el conocimiento; que han nacido para conocer y para comprender. Ellos lo siguen
y «hacen alas de sus remos» …
Es
curioso que esta metáfora se encuentra también en la Odisea, que Dante no pudo
conocer. Entonces navegan y dejan atrás a Ceuta y Sevilla, entran por el alto
mar abierto y doblan hacia la izquierda. Hacia la izquierda, «sobre la
izquierda», significa el mal en la Comedia. Para ascender por el Purgatorio se
va por la derecha; para descender por el Infierno, por la izquierda. Es decir,
el lado «siniestro» es doble; dos palabras con lo mismo. Luego se nos dice: «en
la noche, ve todas las estrellas del otro hemisferio» -nuestro hemisferio, el
del Sur, cargado de estrellas-. (Un gran poeta irlandés, Yeats, habla del
starladen sky, del «cielo cargado de estrellas». Eso es falso en el hemisferio
del Norte, donde hay pocas estrellas comparadas con las del nuestro.)
Navegan durante cinco meses y luego, al fin, ven
tierra. Lo que ven es una montaña parda por la distancia, una montaña más alta
que ninguna de las que habían visto. Ulises dice que la alegría se cambió en
llanto, porque de la tierra sopla un torbellino y la nave se hunde. Esa montaña
es la del Purgatorio, según se ve en otro canto. Dante cree que el Purgatorio
(Dante simula creer para fines poéticos) es antípoda de la ciudad de Jerusalén.
Bueno, llegamos a este momento terrible y preguntamos
por qué ha sido castigado Ulises. Evidentemente no lo fue por la treta del
caballo, puesto que el momento culminante de su vida, el que se refiere a Dante
y el que se refiere a nosotros, es otro: es esa empresa generosa, denodada, de
querer conocer lo vedado, lo imposible. Nos preguntamos por qué tiene tanta
fuerza este canto. Antes de contestar, querría recordar un hecho que no ha sido
señalado hasta ahora, que yo sepa.
Es el de
otro gran libro, un gran poema de nuestro tiempo, el Moby Dick de Herman
Melville, que ciertamente conoció la Comedia en la traducción de Longfellow.
Tenemos la empresa insensata del mutilado capitán Ahab, que quiere vengarse de
la ballena blanca. Al fin la encuentra y la ballena lo hunde, y la gran novela
concuerda exactamente con el fin del canto de Dante: el mar se cierra sobre
ellos. Melville tuvo que recordar la Comedia en ese punto, aunque prefiero
pensar que la leyó, que la asimiló de tal modo que pudo olvidarla literalmente;
que la Comedia debió ser parte de él y que luego redescubrió lo que había leído
hacía ya muchos años, pero la historia es la misma. Salvo que Ahab no está movido
por ímpetu noble sino por deseo de venganza. En cambio, Ulises obra como el más
alto de los hombres. Ulises, además, invoca una razón justa, que está
relacionada con la inteligencia, y es castigado. ¿A qué debe su carga trágica
este episodio? Creo que hay una explicación, la única valedera, y es ésta:
Dante sintió que Ulises, de algún modo, era él. No sé si lo sintió de un modo
consciente y poco importa. En algún terceto de la Comedia dice que a nadie le
está permitido saber cuáles son los juicios de la Providencia. No podemos
adelantarnos al juicio de la Providencia, nadie puede saber quién será
condenado y quién salvado. Pero él había osado adelantarse, por modo poético, a
ese juicio. Nos muestra condenados y nos muestra elegidos. Tenía que saber que
al hacer eso corría peligro; no podía ignorar que estaba anticipándose a la
indescifrable providencia de Dios.
Por eso el personaje de Ulises tiene la fuerza que
tiene, porque Ulises es un espejo de Dante, porque Dante sintió que acaso él
merecería ese castigo. Es verdad que él había escrito el poema, pero por sí o
por no estaba infringiendo las misteriosas leyes de la noche, de Dios, de la
Divinidad.
He llegado al fin. Quiero solamente insistir sobre el
hecho de que nadie tiene derecho a privarse de esa felicidad, la Comedia, de
leerla de un modo ingenuo. Después vendrán los comentarios, el
deseo de saber qué significa cada alusión mitológica, ver cómo Dante tomó un
gran verso de Virgilio y acaso lo mejoró traduciéndolo. Al principio debemos
leer el libro con fe de niño, abandonarnos a él; después nos acompañará hasta
el fin. A mí me ha acompañado durante tantos años, y sé que apenas lo abra
mañana encontraré cosas que no he encontrado hasta ahora. Sé que ese libro irá
más allá de mi vigilia y de nuestras vigilias.
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