Julio Valdeón-La Razón Nueva York- 24-06-2021
Uno de los adalides del constitucionalismo analiza la ruptura con
España
Ovejero, profesor de Filosofía Política y Ciencias Sociales en
la Universidad de Barcelona, referente intelectual y moral del
constitucionalismo y la izquierda en un país donde la izquierda vive
obsesionada con las podridas tesis nacionalistas, publicó hace unas semanas un
libro valiente y necesario, “Secesionismo y democracia” (Página Indómita).
-¿Qué le ha parecido el espectáculo del Liceo?
-Deprimente. Un Gobierno disculpándose por aplicar las leyes,
desautorizando a la justicia y, por tanto, sosteniendo, apenas implícitamente,
que España no es una democracia, esto es, dando por bueno el argumentario de
quienes quieren acabar con nuestro Estado. Como si el gobierno indultase a La
Manada y lo decorara con una teoría en defensa de la violación.
-¿El secesionismo es incompatible con la democracia?
-Una idea de democracia vinculada al contraste de argumentos,
que recogen los intereses de todos, y los valora mediante principios de
imparcialidad y universalidad, es incompatible con el secesionismo, por sus
medios, pues este adopta el chantaje como procedimiento, el “si no se acepta lo
que pido, me voy”, y por sus fines, en tanto busca romper la comunidad
democrática, esto es, excluir de la condición de ciudadanos a los hasta ahora
iguales. A los secesionistas les traen sin cuidado sus conciudadanos. Si
apuestas por la secesión rompes el vínculo entre una comunidad de decisión y
unas leyes justas. Y si apuestas por la democracia tienes que combatir el
secesionismo.
-Alguien puede decidir irse, pero no llevarse lo que es de todos.
-Frente a la idea anterior, premoderna, que concebía el
territorio político como una propiedad del rey, el territorio político que nace
con las revoluciones democráticas es un proindiviso: todo es de todos sin que
nadie sea dueño de parte alguna. Somos ciudadanos iguales en cualquier parte de
la nación. Barcelona no es de los barceloneses. Ese paisaje es la condición de
posibilidad de nuestras propiedades personales. Y de sus límites. Soy dueño de
mi casa, pero no puedo poner una fábrica de anfetaminas.
-El planteamiento según el cual Cataluña sería de los catalanes es
idéntico al que podría empujar a los ricos a pedir la independencia.
-Seguramente esos ricos tendrían una identidad compartida muy
superior a la de los catalanes. La teórica identidad que podría otorgar la
lengua, una lengua que por cierto, en Cataluña, no es mayoritaria, palidece
frente a la identidad que proporciona la riqueza, que establece modos de
reproducción, de escolarización, pautas de comportamiento, sistemas de medicación,
etc., mucho más homogéneos. Por decirlo con el léxico de siempre, la identidad
está mucho más vinculada a las clases sociales. Un obrero de Barcelona y uno de
Madrid son dos gotas de agua. Como se parecen entre sí uno de Sarriá y uno del
Barrio de Salamanca.
-Caemos entonces en las patologías de la izquierda reaccionaria,
apelando a la identidad.
-La izquierda clásica, estaba asociada a una idea no vacua de
progresismo, entendido como el empeño en escapar a las constricciones de
origen, a las circunstancias de procedencia y sociales, a las diversas tiranías
del origen. Ese es el sentido genuino del ideal de emancipación, un ideal
universalista. La apelación a la clase obrera, como antes a la burguesía, era
por encarnar circunstancialmente los intereses generales. La aspiración última
era la de terminar con una estructura de sociedad que genera desigualdades,
liquidar el enconamiento que sostiene y reproduce modelos de desigualdad, de
perspectiva parcial. No se trata de cultivar identidades. La identidad en las
comunidades genuinamente democráticas se produce sobre todo por sedimentación,
pero no de forma planificada, de modo que, por ejemplo, nadie dictaminó que
hablemos español, tampoco lo votamos, sino que simplemente nos vamos
encontrando, es la forma de entenderse, eso genera economías de escala, de red,
que provocan que te salga más a cuenta hablar en español. Esa identidad es el
subproducto de un marco de convivencia civilizado y racional, pero no es algo
que haya que establecer como norte y prioridad. La identidad a la que apelan
los nacionalistas está anclada siempre en el mito y en la tiranía del origen.
-Más de una vez alude al lema de la tumba de
Marat, “Unité, Indivisibilité de la République, Liberté, Égalité, Fraternité”.
. .
-La nación republicana nace, precisamente, para combatir la
fragmentación de la comunidad política. La unidad se justifica porque es
inseparable del debate democrático, de la comunidad de iguales. Nada tiene que
ver con unidades de destino. Yo no tengo ningún inconveniente en que España
desaparezca, España es circunstancial, no viene desde Cromagnon. Lo deseable es
ampliar mi círculo de humanidad en aras de la justicia, puesto que cualquier
frontera establece un límite arbitrario a los derechos, de modo que alguien,
por el simple hecho de haber nacido al otro lado, tiene menos derechos. Puede
hacerse una defensa de España provisional, porque es nuestra comunidad actual
de ciudadanía, pero por supuesto lo deseable es superar esos límites, ampliar
el perímetro de justicia y democracia. Pero no, nunca, apostar por la dirección
contraria y recortarlo.
-Los argumentos de los constitucionalistas carecen de ese
ingrediente tribal, grupal y sentimental, que resulta tan apetecible para
muchos.
-Seguramente es muy integrador, no sé, ser un hooligan, mucho
más que apelar a la justicia y la igualdad, pero no podemos aceptarlo
moralmente, aunque los procedimientos y mensajes del hooligan sean más eficaces
para aglutinar o seducir a ciertos individuos.
-En el libro distingue cuatro teorías con las que han tratado de
justificar la secesión.
-La primera es la plebiscitaria. Dice algo así como que cada uno
es propietario incondicional de lo suyo y, por tanto., cualquier conjunto de
individuos pueden conformar una nueva comunidad política con sus propiedades,
si reúnen unas mínimas condiciones para que funcione. Marbella no estaría
sometida a las leyes comunes y podría marcharse sin razones. Es una visión casi
prejurídica de la vida civil.
-Después habla de una teoría adscriptiva…
-Viene a decir que puesto que nosotros tenemos una identidad
singular, entonces tenemos un derecho a vivir aparte. En el caso de los
nacionalismos que hay en España, como ninguna de las lenguas es mayoritaria en
sus supuestas naciones pues acabas en prácticas totalitarias para construir lo
que no existe, la nación cultural. Al mismo tiempo eso de que por ser
diferentes tengan derecho a vivir separados… Los ciegos o las mujeres comparten
una cierta identidad y sin embargo a nadie se le ocurre que tengan derecho a
vivir diferente o separados. O los ricos… Y luego lo que dicen es que porque
son diferentes tienen derecho a unos privilegios especiales, a levantar
fronteras y excluir de la ciudadanía a otros. Esa es la sociedad feudal y
también la idea de nación que, a partir del historicismo alemán, desembocará en
el nazismo. Una ciudadanía no vinculada a derechos y libertades sino a una
identidad, y por supuesto como la identidad admite grados pues habrá ciudadanos
de primera y de segunda.
-¿Y la teoría de la minoría permanente?
-Es más reciente. Sostiene que la secesión está justificada
puesto que los “nacionales” son minoría en España y jamás podrán convencer al
conjunto de la comunidad política. La prueba de que no funciona es que muchas
minorías han conseguido derechos. Empezando por los niños. ¡Incluso los
animales! Por lo demás, todos somos minorías en muchos sentidos: los
extremeños, los veinteañeros, los charcuteros, etc.
-Finalmente, la teoría de la reparación.
-Esta sí es compatible con la buena democracia. Si no hay
democracia, si estamos ante una situación colonial, de explotación, donde tu
voz es desatendida, no estás comprometido con las decisiones. Ahora, en el
momento en que esa situación desaparece también desaparece la justificación. Es
el fundamento del tiranicidio y la revolución. Pero en España no hay opresión.
Al contrario, tanto Cataluña como el País Vasco han sido beneficiadas de las
últimas décadas, y también con el franquismo.
-Pero estas cosas no hay forma de que las entiendan fuera de
España.
-Influyen varios factores. Entre ellos quizá el más importante
es el giro irracionalista de una izquierda con mucha influencia pública, que
arranca con el posmodernismo. Muy presente en la academia norteamericana, de la
mano del multiculturalismo, acentúa la fragmentación y descalifica cualquier
pretensión de racionalidad al sostener que no hay posibilidad de comprensión
entre gentes de procedencias distintas. El resultado es un tipo de mala teoría
social dispuesta a confundir la emoción de –y la invocación a—la injusticia con
la injusticia objetiva. Y nuestros nacionalistas, unos privilegiados
materiales, saben mucho de presentarse como oprimidos, ante tipos que lo
ignoran todo de España. Son cosas, por cierto, que invitan a la cautela cuando
opinas sobre otros países, porque te dices, madre mía, si Chomsky, que no es un
majadero, dice lo que dice de este país, que no diré yo cuando hablo de otros
lugares…
-Algunos no están dispuesto a asumir que pueden haberse
equivocado.
-Te fabricas una identidad a los veinte años por circunstancias
que pocas veces tienen que ver con un proceso de fundamentación genuino, porque
no quieres discrepar de los amigos, porque te gusta alguien, etc. Y a partir de
ahí te pasas el resto de tu vida apuntalando, como si ese hubiera sido tu
momento de mayor esplendor intelectual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario