Lo mismo sucede con reaccionarios ontológicos como López Obrador cuando exige perdón a los españoles por haberle traído a la existencia. Muchos
indigenistas parece que preferirían reducir nuevamente el mundo a Europa,
África y Asia, ya que dan por supuesto que América estaba mucho mejor cuando no
existía. Como casi todas las exigencias de la izquierda reaccionaria, muestran
un profundo rencor contra el mundo, contra los humanos, contra lo que hay,
contra todo lo que no comprenden.
Ya sucedió algo similar en el siglo XVIII, cuando comenzó a ser
frecuente que la gente ilustrada e inteligente dejara de creer en el Dios de
las iglesias. Alarmados, los que entonces formaban la izquierda reaccionaria
pidieron a las autoridades que no prohibieran las religiones supersticiosas, ya
que, decían, con ellas la gente analfabeta se quedaba más tranquila. Que
hubiera un juicio final apaciguaba la sed de venganza.
También hoy en día se da un fenómeno de devoción oficial y
farisaica. La ausencia de religión y el declive de la popularidad
eclesiástica, deslustrada
por su sexualidad y la codicia inmobiliaria,
ha hecho posible una religión que enmiende las injusticias, a sabiendas de que
ningún juicio final las remediará. Esa piedad laica, inventada, como es lógico,
por los norteamericanos, difunde una fe en la cultura indígena y mágica que
quiere dar esperanzas a aquellas agobiadas minorías que se creen colonizadas
por la biogenética. Son los elogios del grumo.
Félix de Azúa
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