domingo, 19 de diciembre de 2021

Lenguaje e identidad

 

 

Andreu Jaume

Editor, traductor, profesor, poeta y ensayista.

Cuando se habla de la inmersión lingüística, suele olvidarse que, más allá de la discusión en torno a las cuotas de una y otra lengua y el respeto a la legalidad, la operación ideológica en marcha ha terminado por menoscabar aquello que pretendía proteger. El proceso de la llamada normalización fue convirtiéndose, a partir sobre todo de la ley de política lingüística de 1998, en un instrumento de propaganda. El catalán o el castellano, en sí mismos, quedaron aparcados en el limbo del lenguaje, ese extraño concepto al que nadie parece atender porque nunca fue rentable. Tratar de apropiarse de una lengua para convertirla en un rasgo de identidad suele crear aberraciones morales como la que representa Laura Borràs en el Parlament de Cataluña. Pero también propicia estupideces colosales como la que pronunció Pablo Casado el pasado verano en Mallorca cuando, en el calor de un mitin, les recordó a los habitantes del archipiélago la adscripción territorial de sus hablas, gritando: «que no habláis catalán, que habláis mallorquín, menorquín e ibicenco». Le faltó añadir, como hacía José Ramón Bauzá, aquel inane presidente autonómico balear, «formenterense». 

En un artículo escrito en fecha tan temprana como 1983 y titulado «¡Situación límite: ultraje a la paella!», Sánchez Ferlosio ya nos advirtió que «con esta peste catastrófica de las autonomías, las identidades, las peculiaridades distintivas, las conciencias históricas y los patrimonios culturales, la inteligencia de los españoles va degradándose a ojos vista y se la ve ya acercarse peligrosamente a los mismos umbrales de la oligofrenia». Por supuesto, hace ya mucho tiempo que vivimos plenamente inmersos y normalizados en esa oligofrenia irreversible. El episodio de Canet de Mar ha evidenciado una vez más el clima mental que ha conseguido imponer el nacionalismo en Cataluña, con la aquiescencia –hay que recordarlo una y otra vez– de todo el espectro político. El otro día, Pablo Iglesias decía en TV3, sabiendo que allí sería amado y aplaudido por esas palabras, que estar en contra de la política lingüística de la Generalitat era propio de «ultras». Y ese es, precisamente, el gran triunfo de la inmersión. Al nacionalismo nunca le ha importado tanto el catalán como la identidad agonística que ha querido inocularle a la lengua. Las ultracorrecciones impuestas por los comisarios lingüísticos para distanciar todo lo posible el catalán del castellano son un ejemplo de ello. Esas normas no estaban destinadas a proteger una lengua sino a viciarla y alienarla, convirtiéndola en una frontera, en una maternidad capaz de desengendrar. Como decía el viejo Martín de Riquer: «El catalán es una lengua muy peculiar. Se pronuncia algu y se escribe quelcom». ¡El sentido del humor, ay, es otra de las cosas que ha destruido el independentismo!

La peste de las peculiaridades distintivas de la que hablaba Ferlosio hace cuarenta años se ha extendido ya por todo el país e incluso gobierna la nación, merced a los pactos de investidura de Pedro Sánchez. El pasado mes de septiembre, la senadora Pilar González, de Adelante Andalucía, defendió una ortografía propia para el andaluz. A su juicio, el «andalûh», como escribe ella el nombre de su lengua, con circunflejo diferencial incluido, «no es inferior al resto de lenguas del Estado». Y es que de eso se trata, sobre todo, de no ser inferior y tener una identidad lingüística nacional. En la tan  ansiada República Federal Oligofrénica tanto monta el andalûh como el formenterense o el conillerense, el idioma secreto que hablan los cormoranes endogámicos de esa isla del archipiélago de Cabrera. 

Hace ya bastantes años, Agustín García Calvo, que había dedicado su vida al lenguaje, se despedía de los idiomas en uno de sus 37 adioses al mundo con estas palabras:

«Erais unas prostitutas, lengüecitas de Babel, agentes de prostitución, al contrario que la lengua: porque vosotros, idiomas, os dejáis comprar y vender, y ahí tenéis el negocio, por ejemplo, de ‘aprenda usted de una vez inglés’, y el negocio de hacerse culto, de adquirir un vocabulario de cultura, que mueve dinero, que es dinero; pero la lengua no es de nadie: es para cualquiera, la sola máquina gratuita; y eso era el gran peligro para el Señor de Patrias y Culturas. Y, mientras sois, idiomas, cosas que uno maneja (o su Academia o sus capitostes nacionalistas), cosas de conciencia y de voluntad, en la lengua de verdad no manda nadie: mana de la sabiduría soterraña de lo olvidado. En ésa no habla uno: Se habla sencillamente».

El olvido de esa sabiduría de la que hablaba García Calvo es el origen de la actual barbarie lingüística en la que vivimos. No solo los territorios y las ideologías tratan de apropiarse de la lengua para convertirla en un efímero y ridículo idiolecto al servicio de su causa. También las nuevas identidades biológicas intentan corregir el magma del lenguaje para entretener la ilusión de que de pronto la palabra les pertenece a ellos, a su grupo, como si fuéramos nosotros los que hablamos una lengua y no, como es siempre el caso, el lenguaje el que nos habla. Cuando nacemos, somos arrastrados por las corrientes verbales que fluyen a nuestro alrededor sin que podamos decidir nada sobre su naturaleza. Al morir, las corrientes siguen su curso, engullendo las mínimas incisiones que le hicimos con nuestra torpe habla. Nuestra capacidad de incidir en la lengua es muy parecida a la pericia para construir presas o abrir canales. Son pequeñas intervenciones que en realidad nada pueden contra la masa del océano. Como decía en un poema maravilloso Robert Graves, hablando de la danza de las palabras: To make them move, you should start from lightning / And not forecast the rythm: rely on chance. («Para hacer que se muevan, deberías empezar por el relámpago / y no predecir el ritmo: confía en el azar»). Como gran poeta que fue, Graves sabía que el lenguaje es una tormenta y nosotros simples bestias verbales bajo su inclemencia. Es lo mismo que ya había sentenciado Heráclito, a quien tan bien tradujo y glosó García Calvo, en el segundo de sus fragmentos: «Por eso hay que seguir a lo común, pero aunque el lógos es común (koinós), la mayoría vive como si tuviera un entendimiento (phrónesin) propio (idion)».

 

https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2021-12-19/lenguaje-e-identidad/

martes, 30 de noviembre de 2021

Latín y mentiras

 NO conviene, como solemos, confundir la educación con la enseñanza.

En la vieja Roma, decían de un mocito que estaba bene educatus si su familia había sido capaz de inculcarle buenos hábitos de conducta y modales adecuados. Si, además, su nivel de instrucción era el fruto de una enseñanza exigente, se la consideraba eruditus. Nuestro drama, aquí y ahora, es que ni lo uno ni lo otro.

Las decepciones que nos hubiéramos evitado con solo saber un poco de latín;

El vocablo “maestro” viene del latín “magister” y este, a su vez del adverbio “magis” que significa “más” o “más que”. En la antigua Roma el “magister” era el que estaba por encima del resto, ya fuera por sus conocimientos o por sus habilidades.

El vocablo “ministro” procede del latín “minister” y este a su vez del adverbio “minus” que significa “menos” o “menos que”. En la antigua Roma el “ministro” era el sirviente o el subordinado que apenas tenía habilidades.

Total, que con un poco de latín sabemos la razón por la que cualquier imbécil pueden ser ministro… Pero no maestro.

Este es el tema

“La progresiva desaparición de los tiempos verbales (subjuntivo, pasado simple, imperfecto, formas compuestas del futuro, participio pasado...) da lugar a un pensamiento limitado al instante, incapaz de proyecciones en el tiempo.

La generalización de la familiaridad, la desaparición de las mayúsculas y la puntuación reducen la sutileza de la expresión. [...] Menos palabras y menos verbos conjugados significan menos capacidad para expresar emociones y para pensar detenidamente. [...] Sin palabras para construir un razonamiento, el pensamiento complejo se ve obstaculizado. Cuanto más pobre es el lenguaje, menos pensamiento existe. [...] No hay pensamiento crítico sin pensamiento. Y no hay pensamiento sin palabras.

¿Cómo construir un pensamiento hipotético-deductivo sin dominar el condicional? ¿Cómo visualizar el futuro sin conjugarlo? Cómo aprehender una temporalidad, una sucesión de elementos en el tiempo, pasados o futuros, así como su duración relativa, sin un lenguaje que distinga entre lo que pudo haber sido, lo que fue, lo que es, lo que podría suceder y lo que sucederá después de que haya pasado lo que podría suceder? Es necesario un grito de alarma dirigido a los padres y profesores: haced que vuestros hijos y alumnos hablen, lean y escriban. Hay que enseñar y practicar el idioma en sus más variadas formas, aunque parezca complicado. Sobre todo si es complicado. Porque en este esfuerzo está la libertad. Los que defienden que es necesario simplificar la ortografía, depurar el lenguaje de sus "defectos", abolir géneros, tiempos, matices y todo lo que expresa la complejidad son los sepultureros de la mente humana. No hay libertad sin exigencias. No hay belleza sin el pensamiento de la belleza "

Christophe Clavé

sábado, 30 de octubre de 2021

Maeztu: la cicuta y el olvido

 

El pasado día 4, Julio Merino publicó un artículo en Diario Córdoba titulado “Por la Memoria Histórica” del que quiero hacerme eco. Lamentaba, con sobrada razón, el sesgo ideológico de unos ciudadanos cordobeses que pretenden cambiar de nombre al colegio Ramiro de Maeztu por considerar que este vasco fue “uno de los escasos intelectuales de nivel con los que contó el franquismo y sustento intelectual e ideológico de los golpistas”.

Gregorio Luri


Merino les responde bien: Maeztu fue un gran intelectual que por católico integral se opuso frontalmente al Gobierno republicano. Era un nacionalista español honesto, conservador y pacífico. Honesto hasta el punto de protestar porque el Ayuntamiento de Madrid le cobraba poca contribución y así no había manera de tener bien arregladas las calles. Conservador, porque compartía la aversión de no pocos noventayochistas a la política de partido y a la democracia liberal y veía a España como una encina que hunde sus raíces en la tradición. Pacífico, pero no cobarde. En las Cortes del 36 se atrevió a decir: “Creo ser el hombre más inofensivo de la tierra. En una batalla no serviría más que para víctima, porque nunca he llevado armas, ni las llevo, y si las llevara no sabría usarlas. Pero cuando se me conmina con la revolución social, que, después de la experiencia rusa, ya sé que implica la matanza general de los burgueses, me entra el impulso incontenible de quitarme la chaqueta, no para pelear con nadie, sino para que me den inmediatamente los cuatro tiros que me correspondan, porque es intolerable seguir viviendo bajo el peso de una amenaza que me está perdonando la vida”.

Fue detenido en julio del 36. Al comunicar su detención, el diario socialista Claridad lo declara miembro de “una generación de escritores traidores”. En la cárcel de Ventas escribió varios capítulos de un ensayo perdido titulado Defensa del Espíritu. Fue fusilado, sin juicio previo, junto a la tapia del cementerio de Aravaca el 28 de octubre.

Según Ramón J. Sender, a nadie le causó conmoción su muerte en la zona republicana, “a nadie le extrañaba entonces la muerte de nadie”. Sí se extrañó Georges Bernanos, que escribió desde Palma de Mallorca el 30 de octubre: “El pensamiento de Maeztu, de una inspiración tan entera y puramente española, es uno de esos pocos que, trascendiéndose a sí mismos, deberían unir y no dividir, porque son liberadores”. Una buena prueba de ello es el artículo que publicó el 17 de julio en la tercera de ABC, sin saber que sería el último. Se titulaba «Conversiones» y concluía así: “La civilización no puede darse nunca por supuesta. Hay que defenderla. Siempre está amenazada. Como la muerte a la vida, así pone cerco la vida animal a la del espíritu”.

¿Defienden la civilización los que voluntariamente condenan al olvido el fusilamiento sin juicio previo de un filósofo?

Si se quiere buscar ideólogos al franquismo, buena cosa sería no detenerse en este antiguo liberal (véase su conferencia en el Ateneo de Madrid el 7 de diciembre de 1910, La revolución de los intelectuales) asaltado por la realidad y husmear un poco entre los diversos promotores de la democracia orgánica. Ciertamente, Maeztu defendía una organización corporativista de la sociedad, pero al hacerlo, simplemente estaba en consonancia con lo propugnado tanto por los krausistas como por figuras que se caracterizan posteriormente por ser inequívocamente liberales, como Salvador de Madariaga. La representación de las corporaciones científicas, económicas y religiosas, que era un principio krausista, fue aceptada por la constitución de 1876. Si a todo el que ha defendido la democracia orgánica lo consideramos franquista, flaco favor le hacemos a Julián Sanz del Río, a Francisco Giner de los Ríos, al ya citado Salvador de Madariaga, a Julián Besteiro… o a Fernando de los Ríos. Ni tan siquiera era un facha Fernando de los Ríos por haber dado en México, en 1945, el discurso titulado Sentido y significación de España.

Mucho me temo que los herederos actuales de la democracia orgánica sean los defensores de una sociedad estamental que desdibuja al ciudadano para dar paso a las diversas identidades grupales que se consideran heridas, es decir, a una sociedad terapéutica que nos clasificaría por patologías identitarias.

Vis: https://theobjective.com/elsubjetivo/maeztu-la-cicuta-y-el-olvido

Deseos

Como los instintos ayudan poco y de modo equívoco, nos jugamos la vida en los deseos. Nos desbordan porque ansiamos los instrumentos como si fuesen mil veces más gratificantes que los fines a los que sirven. Sobre todo dos: el sexo y el dinero. Un medio para reproducirse y otro para el intercambio social convertidos en absolutos arrebatadores: nos prometen tanto que olvidamos aquello para lo que a fin de cuentas fueron diseñados. El dinero se convierte en “felicidad abstracta”, según Schopenhauer: antes de gastarlo creemos que puede ser cualquier cosa, es decir, todo. ¿Y quién iba a conformarse con algo pudiendo ser dueño de todo? El sexo nos remite a un gozo en el que parece vislumbrarse el motivo triunfal de la vida: es “el infinito al alcance de un caniche”, como señaló el despiadado Céline. En la feria existencial, los deseos de numerario y placer venéreo nos zarandean del tubo de la risa a la casa del terror y viceversa.

El antiquísimo juego de la prostitución mezcla los dos deseos depredadores. Ahora el PSOE promete abolirla y, aunque nadie medianamente cuerdo cree que sea posible, se enciende una entretenida polémica. Muy pocos se oponen a castigar el proxenetismo que secuestra, extorsiona y obliga a las mujeres a prostituirse. No conozco actividad en que la ilegalidad y la inmoralidad coincidan de forma tan perfecta. Otra cosa es que se prohíba a dos adultos establecer una relación comercial de mutuo interés centrada en el alquiler de los órganos sexuales. Las objeciones éticas o estéticas de algunos (¨¡eso no es una vida digna!”) no son obligatorias para todos. Pero como en otras transacciones, los derechos de
ambas partes deben ser protegidos por ley. Más allá, de la bestia codiciosa sólo redimen la generosidad y el amor.

Fernando Savater

El País 30/10/2021

domingo, 24 de octubre de 2021

Entrevista

Por Jorge Bustos

Lleva quizá el único apellido parlante del columnismo español. Un centelleo, un chasquido y un corte seco. El estilo de Arcadi Espada (Barcelona 1957) ofrece el magisterio afilado de una idea ejecutada con limpieza. En su nuevo libro, que lleva un finísimo prólogo de Ferrán Caballero, se bate en duelo contra la superchería.


P. Se non è vero, è ben trovato. Usted ha construido su carrera contra ese refrán. Contra el peligro de elevar la verosimilitud al lugar de la verdad.

R. Sí, pero no lo considero una rareza. O no debería. El paradigma de la verosimilitud es honrado, pero no es el de nuestro oficio. Lo que sabemos con seguridad sobre lo verosímil es que no ha sucedido. Yo soy un escritor que trabaja con la veracidad. Los que trabajan con la verosimilitud son los novelistas realistas. Otra cosa es que hayamos perdido la perspectiva de lo que es este trabajo hasta el punto de que esta distinción parezca una rareza.

P. La foto de Capa del miliciano muerto. Es un montaje pero servía a la propaganda, que es lo que sustituye a la verdad en las guerras. ¿La primacía hoy de la posverdad significa que estamos en guerra, aunque sea cultural?

R. Sospecho que hay cosas que pasan por primera vez. La posverdad no son las antiguas mentiras: el mentiroso no deja de tener un cierto respeto por la verdad, como el gángster lo tiene por la ley. De ahí su mala conciencia. El caso Trump –digo Trump por no decir Sánchez–, que es el símbolo de todo esto, no es la simple manipulación de la verdad, no se sitúa en el paradigma orwelliano de la neolengua: es que la verdad ha dejado de interesarle. Por eso va a montar su propia red social. Siente hacia los hechos una indiferencia total. Por ejemplo hacia el hecho de perder las elecciones. Y lo avisó: que no lo reconocería. Hizo lo que se esperaba de un hombre al que no le interesan los hechos. Se mueve por un paradigma religioso. Importa la trascendencia, y toda trascendencia es subjetiva.

P. Usted se ha jactado de no leer novelas. ¿Pero no son las grandes ficciones también una necesidad antropológica?

R. Aquí hay una confusión. Voy a escribir unos cuantos libros de memorias y me gustaría ponerles el subtítulo general de El malentendido. La buena fe es muy importante para entender lo que uno dice. Yo no desprecio la ficción: he sido un gran lector de novelas. Pero el conocimiento es una pasión distinta, y a partir de cierta edad el afán de comprender es dominante y no es fácil que la ficción lo satisfaga. Lo que me parece perseguible de oficio es que las personas aprovechen la plusvalía de lo real para meter de matute sus ficciones. Es muy simple. El paradigma de lo veraz debe respetar unas normas. Por ejemplo, no utilizar el punto de vista omnisciente, que es propio de la ficción. A la ficción le reconozco su lugar en el mundo como se lo reconozco a la religión, con la cual tanto tiene que ver, aunque a muchos literatos no les guste la comparación. Son manifestaciones de una profunda necesidad humana a partir de las cuales se han hecho grandes obras de arte fundamentales para la vida de las personas. Yo puedo despreciar la idea de Dios, como la desprecio, pero no la catedral de Reims.

P. Siempre he tenido la impresión de que hay en usted una tensión íntima entre el poeta y el periodista, entre el sentimental y el racionalista, entre el flamenco y el afrancesado. ¿Me equivoco?

R. Bueno, bueno, esa es una pregunta-río muy interesante y muy difícil de responder. ¡Yo me quedo con Manitas de Plata, que reunía lo flamenco y lo afrancesado! Yo creo que lo más parecido a un poeta es un periodista. El novelista es un exuberante: se deja llevar por el fruto de su imaginación desbordante, donde cabe todo. Balzac es el prototipo. Para ser un novelista hay que tener hombros poderosos, una resistencia extraordinaria. El poeta en cambio se impone muchas limitaciones, como el ritmo o el verso. El periodista igual: tiene prohibida la exuberancia y tiene que meter el mundo en una caja. A lo que nos dedicamos tú y yo es a un oficio, el de la columna, que requiere la limitación. Uno de los grandes desastres del periodismo actual es la desaparición del formato, que lleva a personas con alguna idea ceñida a desparramarse como eyaculadores precoces adolescentes. Eso se ve especialmente en los jóvenes, que tienen una capacidad de eyaculación notabilísima, quieren conquistar el mundo a golpes de leche. Eso es un desastre. Esas entrevistas-río, esos artículos desbordantes de digitales inacabables… El trabajo periodístico del que estoy más orgulloso, Factual, no daba más de 20 noticias al día. Se trataba de llevar esa limitación fundamental del guion de la vida al periódico. Porque la gente sabía que yo le iba a llevar mi selección de noticias más relevantes. Ahora se ha sustituido la limitación por el scroll: bajar y bajar hasta que al final se llega al infierno, claro. El periodismo es orden, jerarquía y limitación.

P. «La red es el desierto de la ironía», escribe. ¿Se ha impuesto la tiranía del literalismo?

R. Lo que me parece una novedad es la llegada del literalismo analfabeto a la política. El problema no es que los comentaristas hayan perdido la voluntad irónica: el problema es cuánto tardaría hoy Churchill en ser descuartizado por sus propios compañeros. Efectivamente, el mundo progresa, cada día es más fascinante, la igualdad entre humanos aumenta. Pero dentro de estos avances generales hay pequeños retrocesos, y uno es la llegada a la élite política de gentes que no puede practicar la ironía pero por una cuestión técnica, porque no la conocen. En general todas las ministras del gobierno, por ejemplo, que están incapacitadas ontológicamente para la ironía. Pero lo digo de buena fe: no han tenido contacto con ella.

P. Quizá deban su carrera precisamente a esa falta de contacto con la ironía…

R. Es muy probable. Porque el literalismo da seguridad. La ironía es ambigua, te deja bizco. Pedirle semejante grado de sofisticación a Yolanda Díaz o Irene Montero es un acto de crueldad.

P. En una columna reciente usted ha confesado ser de lágrima fácil. Yo, la verdad, no imagino a Sísifo dichoso ni a Espada llorando.

R. ¡Claro que sí! Y no ahora, que con los años se aflojan los lacrimales, aparte de otras cosas. Pero lloro con cualquier cosa, viendo El hombre que mató a Liberty Valance o El bueno, el feo y el malo. No tiene nada que ver con la calidad o la hondura ética de las cosas. A mí me pones una musiquita y… Un profesor que tuve nos hizo el análisis de El crack, de Garci, y eligió la escena del saxo sonando sobre la ciudad de noche. Quién se resiste.

P. Pero esa sensibilidad nunca se filtra en sus columnas.

R. Pero vamos a ver. Kundera tiene una frase: «Nada hay más insensible que un hombre sentimental». Las lágrimas en público son siempre de una obscenidad preocupante. Cuando llevado presuntamente por un sentimiento, a mí alguna vez se me escapan las lágrimas, siempre pienso: «¿Qué parte hay de vanidad en este ejercicio? ¡Cuánto te gustaría ahora que te vieran llorando para que supieran los demás hasta qué punto eres un hombre sensible, hasta qué punto te conmueves con la suerte de los otros!». Por eso hay que llevar las lágrimas en privado: para que, si son vanidad, quede oculta. Llora todo lo que quieras, cabrón, pero llora en solitario. De ahí que me preocupen tanto estas exhibiciones de lágrimas a chorro propias de nuestro tiempo.

P. «El hombre es anacrónico», ha escrito. El viejo paradigma de lo viril hoy se ha convertido en prueba de cargo.

R. Ayer leí a un pobre neurocientífico diciendo una serie de tonterías en El País sobre que las mujeres van a ser el género dominante. A mí eso me complace mucho. Porque el poder femenino se basa en la desaparición de las jerarquías. Ese poder dice que en las Olimpiadas deben competir también los paralímpicos; o que una persona afectada por una enfermedad mental puede desarrollar las mismas tareas cognitivas que el resto –incluso ser diputado–; o que el marcador debe desaparecer de los estadios de fútbol; que el mérito no importa y los estudiantes deben poder pasar de curso al margen de sus resultados. Ojo, lo llamo femenino pero lo ejercen muchos hombres. Como el señor Lorente, persona a la que sigo hace muchos años con un interés extraordinario, me produce la comicidad más absoluta. Pero yo con esto estoy encantado, porque cuando advenga el poder femenino es verdad que los hombres seremos una basura, una pelusa de la biología, pero nadie nos podrá pisar, porque ya no habrá diferencias entre ser deficiente y no serlo. En ese mundo de iguales todos valdremos lo mismo, así que ni una broma respecto de la superioridad femenina.

P. «El hombre ofrece poder a cambio de sexo y la mujer ofrece sexo a cambio de poder», ha escrito. ¿Cree que las mujeres comparten esa idea escandalosa?

R. Hay una cuestión biológica fundamental: los hombres queremos follar más que las mujeres. Ahora bien, a las mujeres solo les interesa el 20% de los hombres. Los hombres somos un poco más generosos: nos interesa el 60% de las mujeres. Claro, eso significa que el 80% de las mujeres no da con el hombre que les gustaría, y eso da lugar a una gran frustración. Yo lo comprendo, pero chicas, poneos el listón un poco más bajo… El caso es que este desajuste biológico es la fuente de todos los desmanes. A los hombres les lleva a las peores humillaciones: por follar son capaces de todo. Un amigo gay me explicaba la promiscuidad sexual así: «Es que tú no lo entiendes, Arcadi, ¡somos dos cazadores cazando!». Pero al margen del patrón biológico, hay una realidad cultural: a mí lo más importante que me ha pasado es la participación de las mujeres en mi vida. Evidentemente, el feminismo es la revolución que ha cambiado la vida de los seres humanos. El orgasmo femenino, por ejemplo, es una fuente de satisfacción masculina aumentada. Toda esa estupidez del feminismo chabacano que acusa al varón de buscar solo su placer rápido… Pero idiota, cualquier hombre que ha tenido la fortuna de satisfacer sexualmente a las mujeres en sus relaciones sabe que esa fuente de placer compartido se multiplica justamente porque es compartido. Bien, pues este razonamiento en lo sexual hay que extenderlo al resto de las actividades humanas: el hecho de que la mitad de la humanidad se haya incorporado plenamente a la gestión del mundo, más allá de la participación que siempre tuvieron en la historia, es un acontecimiento sin precedentes. ¿Quién puede negar ese aporte de inteligencia, de conciencia, de sensibilidad, de visión del mundo, con todas las diferencias propias de la biología femenina? Esto es lo más grande que le ha pasado a la humanidad en mi época.

P. Su carrera es una lucha contra el nacionalismo.

R. Al revés. El nacionalismo lucha contra mí.

P. Vale, pero usted ha opuesto resistencia. El nacionalismo brinda el calor de la tribu. Usted ha elegido el frío. ¿Nunca ha echado de menos el calorcito?

R. Sí. Es recurrente. Coño, a veces ir con el grupito está bien… El fútbol, por ejemplo. Tú y yo somos del Real Madrid, podemos encontrarnos gritando juntos un gol. Pero en Cataluña estos últimos años han sido espectaculares desde el punto de vista de la soledad. Yo veía lo que estaba enfrente, esa amalgama de racismo, ignorancia y petulancia histórica, y aparte de combatirlo con todas mis fuerzas es verdad que a veces sentía una especie de fascinación. El gregarismo es una cosa fascinante. Se da el mismo síntoma ahora con el uso de las mascarillas, ese arrastre irracional de multitudes. Cuando yo veía celebrar el Proceso como la Champions –no me apeo de la idea de que sin Messi no se explica–, pensaba en la España que acababa de ganar la guerra, o en la Italia de Mussolini, o en la Alemania de los años 30. Esa fuerza que lo arrasa todo. Yo sigo viviendo ahí, a contrapelo de la mitad dominante, pero yo soy un privilegiado: opino, escribo, voy a comer a sitios maravillosos…

P. Pero hay gente que se ha mudado.

R. Pero yo no me he mudado porque no he tenido oportunidad. Yo no me quedo en Cataluña por heroísmo, para que se jodan. Sencillamente nadie me ha ofrecido nada que mejorara lo que tenía. En mi biografía intelectual sí lamento una cosa: no haber vivido en el extranjero. Una corresponsalía. Habría estado bien. Me ofrecieron hace mucho un cargo en la embajada de París, pero aquello no pudo ser. Quiero decir que si a mí me ofrecen algo maravilloso… voy a tocar las narices igualmente desde fuera que desde dentro. Sí voy a confesarte una cosa: la vida para una persona como yo en Cataluña es incómoda porque te obliga a encarar demasiadas violencias. Yo soy un gran paseante, y tengo que controlarme demasiado cuando alguien me mira o me insulta. O tengo que controlar mi sentimentalidad cuando pasa –y pasa más– lo contrario: que alguien te abraza, te pide que sigas. La vida de un ciudadano debería ser distinta. Los súbditos se hablan entre sí, se insultan; las personas civilizadas tienen a la policía. Pero en Cataluña la frontera entre ciudadano y súbdito se ha perdido.

P. Se quitó de catalán. ¿Se quitaría de español? Se le notó cierta pesadumbre patriótica ante la gestión de la pandemia.

R. Sí, pero a mí España no me ha expulsado. Cuando yo digo que me he quitado de catalán estoy diciendo: me adelanto, gilipollas, antes de que me expulses. Desde 1986 yo vivo de eso que se llama España en Cataluña, me pagan empresas que no están en Cataluña. Pero también creo que los españoles no somos conscientes de la magnitud de nuestros defectos. Por ejemplo, hemos vivido el obsceno espectáculo del congreso socialista. No se ha escrito suficientemente. Tú no te puedes presentar con fuegos artificiales y vendiendo felicidad en el peor momento de la historia de España de los últimos 40 años. Con muertos, con ruina y con un futuro incierto. ¿Cómo alguien que gobierne este país puede presentarse así? Si él lo hace, es porque sabe que tiene debajo una especie de grey. Y esto no me gusta de España. Es un país de súbditos. Y se nota. No hace falta vivir en el extranjero para darse cuenta: basta con haber hecho turismo o con leer periódicos extranjeros.

P. «Una visita al Valle de los Caídos no exalta al franquismo: lo cura», escribe. ¿La memoria histórica es una forma de renunciar al aprendizaje?

R. Eso de que no podemos mirar el pasado con los ojos del presente es una tontería. No tenemos otra opción. Nosotros tenemos todo el derecho a decir que los esclavistas eran inmorales. Nos pusimos sobre esos cadáveres para sentenciar: «Lo hicisteis mal». Casi todos, porque siempre hay los que no. ¿Vamos a hacer como que no existió? Vamos a mantener las estatuas, por supuesto. Lo único que tenemos que hacer es apearles su condición de homenaje moral. Yo viví poco del franquismo, pero lo viví. Y viví cosas importantísimas que se han olvidado, como el impacto del cuerpo desnudo de Marisol sobre la mugre cenicienta de las mujeres en el franquismo. Mi amigo Gonzalo Fernández de la Mora me dijo: «Vaya a ver el Valle». Y fui. Aquella tarde invernal, de esas tardes geométricas, cortadas, duras, implacables, sombrías, con toda la cruz cayendo… La impresión que yo me llevé de ese lugar no se puede explicar de otra manera que yendo. ¿Cómo no se dan cuenta? Pero es lo que decíamos antes de las élites: ¿cómo le vas a explicar a una pobre ministra, o a un pobre galán de tranvía que no tiene ni idea de nada, que no se puede hacer una lectura literal del Valle de los Caídos? ¡Pero si es el impacto más brutal que el franquismo ha dejado en la memoria física de los españoles!

P. Vivimos en la cultura del simulacro. Y usted concretamente en la capital de la trola: Barcelona. ¿Le ha ayudado eso a escribir un libro titulado La verdad?

R. Me gusta eso de la capital de la trola. Es verdad. En la decadencia de Barcelona ha habido una confluencia: el nacionalpopulismo. Pero las ciudades pasan épocas. Ahora Madrid debería tener mucho cuidado en no disputarle la capitalidad de la trola. Quiero advertirlo y que me escuchen bien los madrileños, porque soy un especialista. Esta ciudad que tiene una vitalidad y un rigor extraordinarios no debe perderlos amancebándose con la trola. Veo cosas publicadas que lindan con el ridículo, y ante el ridículo siempre hay que ponerse en guardia. Tengo que escribir mi libro sobre Madrid cuando se olvide el de Andrés [Trapiello], porque la conozco bien. En cuanto a Barcelona, ¿cómo es posible que después del 92 haya venido Ada Colau?

P. Su famosa propuesta de un Ministerio de la Verdad. ¿De veras cree posible alguna forma de protección institucional de la verdad alternativa a la prensa?

R. Veo, señor Bustos, que soy el único hombre en España al que no se le permiten las metáforas. Trataré de explicárselo. No hablo de un ministerio como tal, pero creo que la verdad es un bien público y hay que protegerlo. Como el agua, como la electricidad. Las sociedades no progresan sin la verdad. Y no solo es imprescindible en la vida pública: a mí me gustaría haberme aplicado a mi vida privada muchas de las enseñanzas que recomiendo en público. El ejercicio de la verdad es más difícil en la vida privada, al menos con la misma dureza y frialdad que aplico a la vida pública. ¿Qué ha pasado en nuestro ecosistema comunicativo? Primero la avasalladora extensión del desprecio de la verdad por parte de las propias instituciones. Y segundo, la fragilidad del periodismo, que necesita ser reconocido de nuevo como un bien público. Lo mejor que podemos hacer por nuestro oficio es presionar a la comunidad para que imagine lo que supondría la desaparición de la mediación periodística entre el poder y el pueblo en una democracia. ¿Cómo hemos llegado a aceptar que un presidente del Gobierno basara su llegada al poder en la mentira de un juez? ¡De un juez!

P. «La opinión ha sido desvalorizada». ¿Qué le está pasando a nuestro oficio?

R. En parte nos está bien empleado, querido Jorge. Está bien que hayamos probado de nuestra medicina. Solo acudo a las redes sociales a buscar debates concretos, también sobre mí mismo. Cuando tengo una ocurrencia más o menos chistosa –porque en el fondo contamos chistes–, la busco en las redes y veo que siempre se le ha ocurrido antes a alguien. Por lo tanto está muy bien esta cura de humildad, porque nosotros somos unos chistosos privilegiados. Por otro lado la mayor parte de las cosas que se escriben sobre lo que escribimos no tienen el menor valor. La opinión seria, de calidad, lo es en la medida en que no se separa de la verdad de los hechos. Lo otro, las opiniones que flotan como chistes están al alcance de cualquiera. ¡Gracias a Twitter ya sabemos quién cojones se inventaba los chistes! Pero el conocimiento de una información a veces te lleva a un punto novedoso. Yo siempre digo que soy un tipo muy mal pagado –sí, sí, ya sé que al decirlo provoco las sonrisas de mis compañeros– porque yo le dedico al periódico las 24 horas del día. Esta noche por ejemplo me he despertado con insomnio pensando cómo resolver la siguiente columna. Ves el mundo en forma de artículo, aquello de Camba. Mi trabajo me lo tomo muy en serio porque yo solo escribo por dinero. Ahora, yo sería un columnista menos prolífico si mi periódico me encargara más reportajes, que es cuando yo me siento en la plenitud de mi placer como escritor. De las columnas conozco muy bien el mecanismo, el reloj, y me gusta a veces desmontarlo para cambiar. Pero cada reportaje te plantea una forma narrativa nueva. Pero oye, ¿cómo es que hemos acabado hablando de dinero?

 

sábado, 23 de octubre de 2021

Jaume Balmes


 “Anomenem filòsof a l’home que sap donar a les coses el seu veritable valor”.

“L’estudi de la filosofia i de la seva història engendra en l’ànima una convicció profunda d’escassetat del nostre saber. Tant és així que el resultat especulatiu d’aquest treball és un coneixement científic de la nostra ignorància”.


martes, 19 de octubre de 2021

Elogio

 

Hay un célebre chocolate en polvo que no ha logrado disolver su harina de cacao en la leche, de modo que basa la publicidad en alabar los grumos que flotan como náufragos en el líquido tras removerlo con la cuchara. En sus anuncios aparecen niños gordos y hermosos bebiendo con deleite los coágulos flotantes, como si esa fuera la parte buena de su desayuno.

Lo mismo sucede con reaccionarios ontológicos como López Obrador cuando exige perdón a los españoles por haberle traído a la existencia. Muchos indigenistas parece que preferirían reducir nuevamente el mundo a Europa, África y Asia, ya que dan por supuesto que América estaba mucho mejor cuando no existía. Como casi todas las exigencias de la izquierda reaccionaria, muestran un profundo rencor contra el mundo, contra los humanos, contra lo que hay, contra todo lo que no comprenden.

Ya sucedió algo similar en el siglo XVIII, cuando comenzó a ser frecuente que la gente ilustrada e inteligente dejara de creer en el Dios de las iglesias. Alarmados, los que entonces formaban la izquierda reaccionaria pidieron a las autoridades que no prohibieran las religiones supersticiosas, ya que, decían, con ellas la gente analfabeta se quedaba más tranquila. Que hubiera un juicio final apaciguaba la sed de venganza.

También hoy en día se da un fenómeno de devoción oficial y farisaica. La ausencia de religión y el declive de la popularidad eclesiástica, deslustrada por su sexualidad y la codicia inmobiliaria, ha hecho posible una religión que enmiende las injusticias, a sabiendas de que ningún juicio final las remediará. Esa piedad laica, inventada, como es lógico, por los norteamericanos, difunde una fe en la cultura indígena y mágica que quiere dar esperanzas a aquellas agobiadas minorías que se creen colonizadas por la biogenética. Son los elogios del grumo.

Félix de Azúa

 

sábado, 16 de octubre de 2021

viernes, 8 de octubre de 2021

Cataluña, una democracia iliberal


Otra vez, y va la enésima, una agresión violenta de jóvenes educados en la cultura del catalanismo, también otra vez y también la enésima en un campus universitario, contra otros jóvenes educados en la misma devoción oficial, si bien disidentes. Huelga decir que las autoridades, empezando por las académicas, han mostrado de nuevo su íntima complacencia con el proceder de los atacantes por la vía siempre habitual en estos casos: el silencio administrativo. Un silencio que la prensa doméstica, prietas las filas e impasible el ademán, se ha apresurado, obedeciendo la norma consuetudinaria local, a seguir al disciplinado modo. Resumiendo, lo de siempre.

Para entender el muy particular orden intimidatorio, algo ya institucionalizado, que de facto se ha acabado instaurado en ese territorio, hablar de fascismo resulta tan exagerado como poco útil a fin de describir lo que allí ocurre. Y es que en Cataluña no se puede negar que perviva un sistema político democrático. Así, los separatistas gobiernan, y de modo legítimo, porque una mayoría de los electores, aunque muy escuálida, les otorgó su confianza en las urnas. Hasta ahí, nada que objetar. Sin embargo, ese hecho incuestionable, que el sufragio universal resulte ser la única palanca que facilita la alternancia en el poder, no significa que ese territorio se pueda definir hoy como una democracia liberal homologable a las del resto del continente europeo.

Y es que la democracia liberal, la única que realmente existe, se asienta no sólo en el principio del derecho efectivo al sufragio, sino, y sobre todo, en el insoslayable respeto a la desafección, ya sea individual o colectiva, frente al corpus ideológico propio del poder establecido. Respeto por completo ausente en Cataluña. Y no sólo por parte de unos niños, los de la CUP y los de las juventudes de los otros dos, que van a jugar a los escamots a la hora del patio en la universidad. Ese desprecio forma parte hoy del núcleo doctrinal del movimiento catalanista todo. Es una bilis ecuménica que emana del mismo presidente de la Generalitat y que desciende como la lava hasta el último alborotador callejero de la ANC o de los CDR. El fascismo murió en 1945. La democracia iliberal, en cambio, solo acaba de nacer. Y Cataluña es su cuna.

https://www.libertaddigital.com/opinion/jose-garcia-dominguez/


miércoles, 29 de septiembre de 2021

Elvis Costello, Burt Bacharach - Toledo

"Si los vulcanólogos tuviesen la misma relación con los volcanes que los politólogos con la política, irían echando fuego por la boca como faquires".           J. A. Montano



martes, 28 de septiembre de 2021

LOS ENEMIGOS DE LA CONSTITUCIÓN


Francesc de Carreras-El Confidencial

 

Desde hace unos años estamos en una fase de acelerado desgaste constitucional; es decir, de erosión de la democracia. Las causas son pocas, las manifestaciones muchas. Las andanzas y retos de Puigdemont por Europa con el objetivo de desprestigiar la democracia española es una de ellas, aunque no la única. 

Quizás no somos del todo conscientes del significado actual de una Constitución como la nuestra y la de los países de nuestro ámbito político. Las constituciones europeas de la postguerra son muy distintas a las liberales del siglo XIX, con algunos precedentes fallidos en el período posterior a la guerra europea. Pero cuando logran una cierta firmeza es a partir de 1945, reforzada luego por los tratados de las instituciones europeas y otras garantías de las cartas internacionales de derechos. 

En efecto, las constituciones liberales tenían como fin principal organizar las instituciones políticas: la jefatura del Estado, normalmente monárquica, el parlamento y el gobierno. Las más avanzadas enumeraban algunos derechos civiles y políticos que debían garantizar los jueces de acuerdo solo con las leyes. Es decir, las constituciones regulaban los poderes del Estado, estableciendo sus límites que después desarrollaban unas pocas leyes, a partir de las cuales los ciudadanos tenían libertad absoluta: todos ellos eran iguales “ante la ley” sin tener en cuenta la desigualdad social en la que se encontraban.

Ello cambia tras la guerra europea por influencia del socialismo, especialmente del socialismo alemán que influye decisivamente en la Constitución de Weimar de 1919. A los derechos civiles y políticos se le añaden los sociales, económicos y culturales, nuestra Constitución republicana, también por influencia socialista, sigue esta orientación. La igualdad ya no es solo ante la ley, sino que se introduce en el mismo contenido de la ley, es decir, la igualdad está protegida “en la ley”: se tiene en cuenta la desigualdad social y se legisla para que tal desigualdad disminuya.

Pero hay otro cambio decisivo que transforma la naturaleza de las constituciones europeas. La Constitución de Austria establece en 1920, por influencia de uno de sus redactores, el gran jurista Hans Kelsen, el Tribunal Constitucional como órgano de garantía del cumplimiento de la Constitución. Antes los jueces no estaban sometidos a las constituciones sino solo a las leyes y resolvían los conflictos jurídicos que se les planteaban conforme a las mismas sin tener en cuenta la Constitución. No existía un órgano jurisdiccional de garantía de las constituciones, sus únicas garantías eran el legislativo y el ejecutivo, órganos políticos. Las infracciones a las normas constitucionales eran muy frecuentes y no había posibilidad de sanción alguna, por tanto su fuerza normativa era escasa y dependía de la voluntad de los órganos políticos.

Si en las constituciones liberales del XIX se regulaban los poderes, en las del XX, además, se garantizan también la libertad y la igualdad de los ciudadanos para que sea posible su “igual libertad”. Por tanto, cambia el enfoque: de regular poderes se pasa a regular la sociedad, siempre de acuerdo con los valores de libertad e igualdad. Los poderes, los órganos, son simples instrumentos, la igual libertad la finalidad, el objetivo constitucional. Las constituciones son normas que no organizan solo poderes sino nuestra convivencia.

Como sabemos, el período de entreguerras fue breve y agitado. Para señalar el caso más flagrante, Hitler subió al poder en 1933 y en poco más de un mes el parlamento alemán legislaba en contra de los principios y las reglas básicas de la Constitución sin la posibilidad de que un tribunal anulara tales normas porque en Alemania no había un órgano de esta naturaleza, más allá del que resolvía los conflictos territoriales. 

Siempre había juristas —Carl Schmitt el más notorio— que encontraban razones para justificar tales golpes de Estado que sin emplear la fuerza militar destruían primero la Constitución y, a renglón seguido, el resto del ordenamiento jurídico. Mantenían el Estado de derecho —porque los poderes actuaban conforme a normas— pero ya no eran normas liberales y democráticas, ya no garantizaban la libertad y la igualdad, tampoco la democracia representativa: el representante del pueblo era el Führer. Triunfaron los enemigos de la Constitución. 

No estamos en esta situación ni mucho menos, pero hace unos años andamos por un camino peligroso. Distingamos entre dos supuestos que no pueden confundirse: infringir la Constitución es una cosa e intentar destruirla otra. Lo primero es propio de un sistema que actúa dentro de la normalidad constitucional: cada año se pronuncian alrededor de dos centenares de sentencias del TC que resuelven controversias sobre si los poderes han infringido alguna norma constitucional. Además, también emiten sentencias de inconstitucionalidad los tribunales ordinarios. Hay conflictos y se resuelven conforme a derecho.

 

Pero los enemigos de la Constitución pretenden otro fin, pretenden destruirla utilizando otros métodos: erosionando, desgastando, corroyendo, todo poco a poco, sin que se note la intención, utilizando el ordenamiento mismo para desprestigiarlo. Los infractores vulneran las normas, los enemigos atacan los fines: los derechos emanados de los valores libertad e igualdad, la solidaridad entre ciudadanos, la democracia representativa; en definitiva, el orden constitucional. Ignacio de Otto, eminente catedrático de Derecho Constitucional fallecido prematuramente, escribió páginas memorables sobre esta cuestión en su libro, publicado en 1985, ‘Defensa de la Constitución y partidos políticos’. Habría que repasar estas páginas, reflexionar sobre la solución constitucional alemana debida a la experiencia pasada que declara ilegales a quienes, sin infracción constitucional ni penal, se declaran enemigos de la Constitución.

Desde hace más de diez años está claro que las autoridades de la Generalitat se han declarado en rebeldía contra la Constitución, son sus enemigos y siguen siéndolo. El último episodio de Puigdemont lo demuestra, que Aragonés acuda en su ayuda lo reafirma. Si fueran protagonistas aislados no me preocuparía tanto. Pero resulta que el partido de Aragonés es socio parlamentario del Gobierno de Pedro Sánchez, una coalición de socialistas y Podemos, estos últimos consideran, además, que Cataluña es titular del derecho de autodeterminación. Esto es lo que me preocupa y mucho: los enemigos de la Constitución forman parte o sostienen parlamentariamente al Gobierno de España. Alarmante.