Mientras tú, Máximo Lolio,
declamabas en Roma, yo he releído en Preneste al poeta de la guerra troyana; y
lo que es decente y lo que es deshonroso, y lo que es útil y lo que no lo es,
lo dice con más claridad y mejor que Crisipo y que Crántor. Escucha por qué así
lo creo, si tu atención no la reclama otro asunto. La fábula que cuenta cómo,
por los amores de Paris, Grecia se enfrentó a la barbarie en un duelo tan
largo, recoge las ventoleras de reyes y pueblos estúpidos. Propone Antenor
acabar con la razón de la guerra; ¿y qué dice Paris?: que no se lo puede
obligar a reinal· en paz y a vivir felizmente. Corre Néstor a arreglar las
querellas entre Pélida y Átrida; al uno lo inflama el amor, y a los dos a un
tiempo la ira. Siempre que desvarían sus reyes, son los aqueos los que se
llevan el golpe. De sedición, de engaños y crímenes, de concupiscencia y de
ira, mucho se peca dentro de Ilion y fuera de ella. En cambio, de lo que puede
el valor y la sabiduría, nos propuso Homero un buen ejemplo: al prudente
Ulises, que tras dominar a Troya fue a ver las ciudades y las costumbres de
muchos pueblos, y sufrió en el ancho mar mil fatigas, por lograr el regreso
para sí y para sus camaradas, sin hundirse en las olas de la adversidad. Lo del
canto de las sirenas y lo de las copas de Circe lo sabes: si, necio y ansioso,
igual que sus compañeros, se las hubiera bebido, habría quedado a merced de
aquella ramera, deforme y embrutecido, llevando una vida de perro asqueroso, o
de cerdo que se refocila en el fango. Nosotros somos del montón, nacidos para
vivir de la tierra; zánganos que rondan a Penélope, juventud de Alcinoo,
ocupada más de la cuenta en cuidarse el pellejo, para quienes estaba muy bien
dormir hasta el mediodía y hacer venir al son de la cítara el sueño atrasado.
Para degollar a un hombre los bandoleros se levantan de noche; ¿no te
despiertas tú para salvarte a ti mismo? En todo caso tendrás que correr; si no
quieres hacerlo cuando estés sano, lo harás cargando con tu hidropesía. Y si
antes de que se haga de día no pides un libro y con él un candil; si no aplicas
tu mente al estudio y a lo que vale la pena, la envidia o el amor te torturarán
sin dejarte dormir. ¿Por qué te das tanta prisa en quitar lo que te hace daño en
un ojo, y en cambio, si algo te come el alma, dejas la cura para el año que
viene? El que ha empezado ya ha hecho la mitad del trabajo; ¡atrévete a ser
sensato: empieza! Quien da largas al momento de ponerse a vivir como debe, hace
lo que el paleto que esperaba a que el río pasara; pero el río corre y correrá
rodando por siempre. Se busca el dinero, se busca una esposa fecunda para criar
hijos, y con el arado se amansan bosques incultos; a quien le haya dado la
suerte lo que es suficiente, nada más ambicione. No hay casa ni finca, ni
montón de bronce y de oro que expulsen del cuerpo de su amo las fiebres ni de
su alma las cuitas. Conviene que el propietario tenga buena salud, si piensa
disfrutar a su gusto de las riquezas logradas. Al que ansia o al que teme, de
tanto le valen casa y riqueza como al cegato los cuadros, las cataplasmas al
que sufre de gota, o las cítaras al que está mal del oído porque se le ha
acumulado el cerumen. Si el vaso no está bien limpio, se pica cuanto eches en
él. Desdeña los placeres, que el placer que con dolor se paga hace daño. El
avaro siempre anda escaso; pon un límite firme a tus ambiciones. El envidioso
adelgaza por el éxito ajeno; los tiranos de Sicilia no hallaron tortura mayor
que la envidia. Quien no controle la ira, deseará que no hubiera ocurrido lo
que le aconsejó el rencor de su alma, al apresurar el castigo violento por su
odio y su afán de venganza. La ira es una pasajera locura; domina tu ánimo,
pues si no te obedece, te manda; sujétalo con frenos, sujétalo con cadenas. El
domador enseña al caballo cuando su cerviz todavía está tierna a ir por donde
el jinete le indica; el cachorro de caza, sólo después de ladrarle al pellejo
de ciervo en la perrera, milita en los montes. Ahora, cuando eres joven, empapa
tu pecho puro de estas palabras; ponte ahora en las manos de los hombres más
sabios. Los aromas de los que se impregnó siendo nueva, el ánfora los guardará
largo tiempo. Y por si te quedas atrás o bien, lleno de afán, te adelantas, no
aguardo yo al rezagado ni me echo encima de los que van por delante.
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