«En el sol creemos que nuestra
sombra se mueve. Nos sigue los pasos y remeda nuestro gesto; si de veras
piensas que un aire sin luz puede andar, seguir la moción y ademán de los
hombres. Pues no puede ser sino aire carente de luz esto a que damos el nombre de
sombra. La verdad es que los puntos del suelo quedan sucesivamente privados de
luz a medida que andamos e interceptamos los rayos solares, al paso que éstos
inundan los lugares que vamos dejando, y por tal causa lo que antes fue sombra
de nuestro cuerpo parece irnos a la zaga, siempre la misma y sin desviarse. Pues
sin cesar emanan del sol nuevos haces de rayos, y los primeros parecen como
hebras de lana que se hilan ante el fuego. Por esto el suelo queda tan
prontamente despojado de luz, e inundado de nuevo y limpiado de las negras
sombras.
»
Tito Lucrecio Caro, De rerum
natura, IV, 365-375
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